domingo, 24 de noviembre de 2013

Mi padre el ciclista


El pasado mes de noviembre se cumplió un año desde el inicio de mi andadura bloggera y me permito colgar esta nuevo post a modo de celebración personal. Como llevo algunos meses sin utilizar mi bicicleta debido a mi estado (seré mamá en primavera), quiero celebrarlo haciéndole un pequeño homenaje a mi padre, gran aficionado al ciclismo y que también cumplió años el mes pasado.
  
Recientemente he recibido unas fotografías de la Montserratina 2013. Se trata de un gran encuentro del ciclismo catalán que tiene lugar el último domingo de octubre y que este año celebró su 65ª edición.
Un grupo de aficionados del barrio realizaron el trayecto desde Manresa hasta el Monasterio de Montserrat. Cabe decir que todos lo hicieron en sus BTT’s, excepto mi padre, que recorrió los 24 kilómetros por carretera con su Pinarello fp2.

He aquí una fotografía tras su llegada a Montserrat:


Tan orgullosa estoy de mi padre como de su afición ciclista, ya que a pesar de haber sufrido un grave accidente hace ya muchos años y algunos problemas de salud recientes, nunca ha renunciado a este deporte y sigue practicándolo al menos una vez en semana, tanto en verano como en invierno.

Gracias Papi, por contagiarnos tu pasión por el deporte y por el ciclismo.

sábado, 4 de mayo de 2013

Niños y bicicletas


Cada vez que me cruzo con un niño pequeño por la calle mientras voy montada en mi bici, me llama la atención la cara de sorpresa y expectación que despierto en ellos. Bueno, no soy yo la causante de ese efecto, sino la bicicleta.

Se quedan admirándola casi siempre boquiabiertos, señalándola con sus deditos, tirando de las faldas de sus madres, balbuceando algo parecido a “bisi”, “cleta”… y girando la cabeza hasta que sus cuellos no dan más de sí. Yo, continúo mi trayecto siempre con una sonrisa en la cara, tras haberles lanzado algún beso al aire.

¿Por qué las bicicletas causan ese efecto en los niños? Pues imagino que deber ser porque lo ven como un juguete enorme que se mueve con ruedas.

¿Cuántos de nosotros no hemos tenido en nuestra infancia una bicicleta o un triciclo, o un coche a pedales, tal vez unos patines…?

 *El de la izquierda es mi hermano con dos años y a su lado yo con un añito, detrás nuestro triciclo con sillín granate marmolado.

Está claro que lo de desplazarnos montados en algún tipo de vehículo nos llama la atención desde bien pequeños. Pero, ¿qué ocurre después de la infancia? ¿Por qué dejamos de querer un juguete a pedales para desear un vehículo a motor?

La primera vez que me presenté con mi bici en una reunión familiar, todos se acercaron a mirarla y estudiarla. Tengo siete sobrinos en Málaga, cuyas edades van desde los dos hasta los dieciséis años. Curiosamente, quienes se acercaron a mi bici, tocando los pedales, el manillar, los radios de las ruedas, el timbre, el sillín… fueron los más pequeños (y algún adulto). Incluso hubo quien intentó subirse en ella. Pero los adolescentes apenas la observaron desde cierta distancia y no le prestaron mayor atención. Creo que si en vez de una bici se hubiese tratado de una moto, éstos últimos hubiesen mostrado mucho más entusiasmo ante mi nueva adquisición.

Recuerdo que yo misma cambié el gusto por montar en bicicleta cuando era pequeña por el deseo de hacerlo en moto cuando era adolescente. ¿Por qué se produce ese cambio de interés entre una etapa y otra de nuestra vida?

Sinceramente no lo sé. Me atrevo a opinar que va ligado a esa fuerza propia de los cambios hormonales en la adolescencia que nos lleva a querer sentir el poder, el brío, el que nada nos puede parar: algo más parecido al motor de un coche o una moto que al pedaleo simple de una bicicleta.

En mi caso, no se cumplió mi deseo de tener una moto (debido a la rotunda negativa de mi padre), pero sí conseguí tener mi primer coche con diecinueve años. Y así me he movido “motorizada” durante muchísimos años. Sin embargo, superados los treinta (largos), he retrocedido al gusto por los pedales como me sucedió en mi infancia.

Ojalá los niños de hoy no cambiasen esa admiración por las bicis llegados a la adolescencia. Estoy convencida de que el pedaleo puede hacer más por su salud, su forma física, el desarrollo de sus sentidos y el respeto hacia el medio ambiente de lo que pueda conseguir cualquier otro vehículo. Así que, desde aquí, animo a todos los padres a motivar a sus hijos en el uso de la bicicleta: además de mejorar la calidad de vida de los peques, sus bolsillos lo agradecerán.